lunes, 1 de julio de 2013

3:19 p. m.
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Desde la aparición del Internet, la industria musical ha sufrido un duro golpe. No solo me refiero a uno económico, sino que también a uno en cuestión de calidad; la música se está deteriorando. Hay muchos estudios que apoyan la teoría de que el Internet y las redes sociales han provocado que las personas sean menos capaces de concentrarse en procesar grandes cantidades de información, esto no significa que la gente deja de consumir información, pero si quiere decir que la calidad de la información que esta consume se ve afectada drásticamente.

Gracias a esta nueva limitante, la información que se le presenta al consumidor es cada vez más breve y debe de causar un mayor impacto para retener su atención, la calidad y veracidad de dicha información tristemente pasan a segundo plano.
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Esta misma limitante se hace presente en la música con una tendencia a la que me gusta llamar el sencillismo (músical). El sencillismo no es un concepto nuevo, este ha estado presente desde el inicio de la comercialización de la música. Sin embargo, este nunca había tomado tanta fuerza como ahora. El sencillismo consiste básicamente en comercializar a una banda en base a sus sencillos; a temas “fabricados” y pegajosos que atraigan a un determinado público.

Antes, esta herramienta era utilizada para hacer que la gente comprara los discos de las bandas populares, entonces el sencillismo realmente no afectaba a toda la composición musical en sí, si no que solo afectaba a determinados temas que servían de herramienta para promocionar a sus otras composiciones de mayor calidad, o cuando menos de mayor profundidad temática. Pero ahora casi nadie compra discos.

¿Entonces de que sirve ahora este denominado sencillismo?

Actualmente este concepto está evolucionando, se está convirtiendo en un modelo de negocios totalmente autosuficiente. Si definimos el precio de algo (a gran escala) como el cociente de su demanda y su oferta, entonces el precio actual de cualquier canción es de $0. Con la aparición de los torrents y todo lo relacionado con file sharing, se creó una oferta infinita de cualquier archivo digital que puede satisfacer cualquier demanda a la perfección.

precio = demanda/oferta
oferta = infinito
demanda/infinito = $0


Las grandes disqueras han hecho su esfuerzo por intentar frenar esta pérdida de valor con medidas en contra de la piratería y la distribución de archivos, pero tarde o temprano terminarán aceptando que el cambio es inevitable. Siempre existirán formas de romper su sistema.

Actualmente lo único que mantiene vivo a este modelo obsoleto de la distribución de música por medio de transacciones económicas es lo que yo denomino un mercado de culpa. Este consiste de gente que compra canciones o discos como una especie de donación o limosna para las bandas que consideran de su agrado. Quizá por ahora esto sea suficiente, pero estos románticos como yo, que insistimos en darle un valor concreto a algo que se puede conseguir gratuitamente en línea están en peligro de extinción.

Las nuevas generaciones no traen consigo ese cariño que adoptamos nosotros, hace algunos años, por las copias físicas de un disco o una composición. Las nuevas generaciones solo comparten con nosotros el hambre de consumir y esta hambre será saciada inevitablemente por la oferta infinita y gratuita generada por la era digital.

Finalmente, todo esto me deja pensando en ¿Cuál será el verdadero futuro de la música? ¿Acaso seguirá evolucionando este denominado sencillismo? A tal grado de que las nuevas bandas o artistas dejarán de producir contenido musical extenso para crear solo canciones que satisfagan a la creciente demanda de contenido corto e impactante. O surgiría un nuevo modelo que cumpla con la creciente demanda a un valor cercano a 0 y que le permita mantener intacta la integridad musical al artista. Todo está en veremos.
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